Goya desde las antípodas. lne.es

03 Oct 2011

Frank Heckes, catedrático emérito de Arte en la Universidad de Melbourne, descubre en Asturias la obra de juventud del maestro español.

Las negociaciones se llevaron en secreto, así que él no podía saberlo. Pero estuvo muy cerca. Frank Heckes, catedrático de Historia del Arte en la Universidad de La Trobe en Melbourne (Australia), fue una de las últimas personas que pudo contemplar, en el palacio que la Fundación Selgas-Fagalde posee en El Pitu (Cudillero), el cuadro de Goya «Aníbal vencedor, que por primera vez miró a Italia desde los Alpes». La obra, cedida pocos días más tarde al Museo Nacional del Prado para los próximos seis años, es la primera pintura documentada del maestro aragonés. Y su valor en el mercado del arte es, a día de hoy, incalculable. «En Londres acaban de vender uno de sus dibujos -titulado "Hútiles trabajos"- por 2,5 millones de euros, así que, imagínese», responde.

Heckes, investigador emérito, experto en Goya y apasionado de la pintura y la lengua españolas, llegó a Asturias buscando a Goya desde las antípodas. El viaje de Melbourne a Cudillero surgió de una ruta cultural destinada, en parte, a ponerse por primera vez delante de dos obras: el Goya de los Selgas, y el retrato que el aragonés pintó de «Jovellanos en el arenal de San Lorenzo». Con el primero pudo ser; con el segundo, no. La visita de Heckes al Museo de Bellas Artes coincidió con los días que el lienzo pasó en el taller de la pinacoteca asturiana, tras su exposición en Gijón para celebrar el bicentenario de la muerte del ilustrado.

La relación entre Heckes y el pintor de Fuendetodos comenzó durante sus años de doctorado en la Universidad de Michigan (Estados Unidos), a las órdenes de Harold Wethey. Fallecido en 1984, «fue uno de los mayores expertos en la obra de El Greco, Tiziano y Alonso Cano», apunta el catedrático. Su magisterio quedó en artículos para la Enciclopedia Británica, en obras capitales sobre sus pintores predilectos, y en sus alumnos. Ahora Heckes pretende averiguar, tras su visita a los Selgas, cómo el cuadro sobre Aníbal, presentado por Goya a un concurso de la Academia italiana de Parma en 1771, llegó a mediados del siglo XIX a Madrid, donde los Selgas lo compraron como una pintura italiana de autor desconocido.

Por el «Aníbal vencedor» Goya, con 25 años, obtuvo su primera mención honorífica, pero no ganó el concurso. Años más tarde, ya en Madrid, perdería otros dos. «Tras la competición ordenó llevarlo a Zaragoza», explica el catedrático, «pero nunca se supo si llegó». En la capital aragonesa se conserva uno de los bocetos, que apareció «entre 1924 y 1925», apunta. Desde entonces el cuadro tardó 68 años en ser autentificado, en 1993, a cargo de Jesús Urrea, antes de participar en una de las exposiciones programadas con motivo del 175.º aniversario de la pinacoteca madrileña. «Wethey nunca quiso firmar certificados de autenticidad», rememora su discípulo, «porque puedes ganar mucho dinero pero también perder todo tu prestigio». Con «Aníbal» el Prado acertó. Durante unos días, su compañero en la sala 35 del edificio Villanueva será el llamado «Cuaderno italiano» de Goya, que además de apuntes sobre escultura clásica -«que pudieron servir para la figura de Aníbal», opina Heckes-, presupuestos sobre pinturas y otras anotaciones, como datos sobre sus hijos, conserva bocetos del cuadro.

Los seis días de Heckes en Asturias le sirvieron también para saldar una vieja deuda con su amigo John Ford. Enamorado de Asturias -y casado con una asturiana-, su insistencia en que el catedrático viajase al Principado tuvo por fin recompensa. Tras un breve descanso en el Occidente, Heckes eligió visitar el palacio de los Selgas, los edificios prerrománicos del Naranco y el Museo de Bellas Artes. Superada la decepción por la ausencia del retrato de Jovellanos, Heckes pasó toda una tarde paseando casi en soledad por las salas de la pinacoteca. Tras las gafas, escrutó algunas de las joyas que, a pesar de las obras de ampliación, cuelgan de todas sus paredes.

«El mejor, San Pablo», afirma frente al Apostolado de El Greco. «Tenerlo aquí es un gran logro para el museo», añade el alumno de Wethey, heredero de quienes difundieron al otro lado del Atlántico el arte español durante su exilio por la guerra civil. Del resto de los apóstoles, dice, «se piensa que tienen trabajo del taller, y de su hijo. Se nota en las telas, en las manos. No están tan conseguidas como en éste», señala. Precisamente, el Goya de los Selgas echa por tierra uno de los mitos que han acompañado a Goya en los tratados de arte: su aparente incapacidad para pintar manos. Las de Aníbal están «perfectamente dibujadas», opina.

Manuela Mena, jefa de conservación del siglo XVIII y Goya en el Prado, afirmó durante la firma del convenio entre el Museo y la Fundación que el «Aníbal vencedor» pasaba a ser, durante los próximos seis años, una obra «fundamental» para la pinacoteca. Con ella, el relato cronológico de la obra del maestro aragonés se adelanta a su juventud en Italia. A cambio, el Prado realizará el estudio técnico y la restauración de cinco del centenar de obras de la institución asturiana, y organizará dos exposiciones en su sede de Cudillero. La primera, el próximo año, sobre Luis Meléndez.

Mientras pasea frente a dos cuadros del pintor avilesino Juan Carreño de Miranda, el catedrático lamenta que el palacio del Pitu esté cerrado al público. En él se custodia otro lienzo que, quizá en el futuro, cambie de nombre. El boceto de El Greco sobre la «Asunción de la Virgen», que forma parte de la colección, «es en realidad una Inmaculada, o eso opinaba Wethey», asegura el catedrático, por los símbolos de pureza, «como el sol o la luna», que aparecen en él. «Es una pena, porque ha sido una visita maravillosa, espero que se reabra pronto», añade, impresionado aún por la colección de tapices a la que se dedica todo un pabellón. «Hubo un momento en que valían mucho más que los cuadros», afirma, «pero ahora hay gente que sólo ve en ellos una alfombra sucia».

El enemigo de Roma, en tonos pastel

«No es un tema que se asocie con Goya». Quizá por esa razón, explica el catedrático, el cuadro dedicado a «Aníbal vencedor» tardó tantos años en incluirse en el catálogo del maestro aragonés. El tema del concurso para que el Goya pintó el cuadro era obligatorio, y debía hacer referencia a la llegada triunfal del general cartaginés tras su paso por los Alpes. Goya cumplió, pero con matices, por los que, quizá, perdió el primer premio. Por ejemplo, que los colores pastel, propios del estilo Rococó italiano, elegidos para pintar al enemigo de Roma no se ajustasen a la norma. También que Aníbal, cuya mirada dicen que evoca la del soldado protagonista de «Los fusilamientos del tres de mayo», aparece en primer plano, al lado del hombre con cabeza de toro que representa al río Po, cuando delante del héroe debía ir el genio alado, dándole la mano.

 

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