Entre Goya y Blanes. EL PAIS digital

18 Nov 2011

Dos famosas pinturas de Francisco de Goya resumen y dan carnadura al levantamiento espontáneo del pueblo español contra el ejército invasor francés.

En una de ellas, El dos de mayo de 1808 en Madrid, los mamelucos, soldados egipcios al servicio de Napoleón, se agitan como náufragos devorados por el mar del pueblo. Un hombre apuñala a un caballo blanco; un mameluco calzado con unas extrañas babuchas negras es succionado por la turba que representa a la justicia popular; dos hombres se abrazan en una agónica danza furiosa como si fuesen un cangrejo con dos cabezas. Por detrás y casi sobrevolando la reyerta -sables curvos, corazas brillantes, soldados imperiales- se perfila la Puerta del Sol en Madrid. Viejos escenarios para las luchas de siempre, de hoy.

La segunda pintura, El tres de mayo de 1808 en Madrid, describe el día después, la represalia metódica, el fusilamiento de los derrotados. La ciudad apagada -un esbozo colgado al fondo de la tela- funciona como escenario propicio para una larga hilera de prisioneros que esperan su turno. Es de noche y la pintura se ilumina por la luz que irradia la camisa blanca que viste un hombre con los brazos en cruz, a punto de ser fusilado por un pelotón de soldados franceses sin rostro, sólo morriones y fusiles. Ese hombre, que enfrenta con azorada lucidez a la muerte, se ha transformado en símbolo intemporal de la resistencia contra el opresor. A su costado, un hombre muerto se acurruca en su propia sangre, pero es la camisa blanca la que reluce como una bandera vencedora. La muerte ha sido vencida por el gesto libertario de un hombre y de un pueblo.

A los efectos simbólicos del arte, poco importaba que las pinturas fueran realizadas en 1814 por un pintor cortesano que quería borrar el estigma de "afrancesado" que lo acompañaba. No importaba la profunda desilusión de Goya, y de las clases ilustradas en España y en América, con la Francia revolucionaria que no había logrado exportar el progreso. Tampoco importaba demasiado que el pueblo español desconociera la opereta siniestra que el rey Carlos IV y su hijo, el futuro Fernando VII, desarrollaron durante los primeros días de mayo de 1808 en Bayona, jugando a las abdicaciones ante Napoleón. El símbolo del pueblo español como reserva moral de la nación, había vencido pese a todo. Pero, en breve, ese símbolo sería reencausado para obtener otros fines.

Motivos. El profesor español José Antonio Piqueras, -catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad Jaume I y con una vasta obra centrada en la historia social española- pretende desentrañar, en el libro Bicentenario de libertad, los mecanismos por los cuales la asonada pintada por Goya generó un espacio político inexistente en España. Ese proceso desembarcó en América Latina y produjo los fenómenos independentistas que por estos días se conmemoran.

Señala Piqueras: "Nuestro libro se interesa por el nacimiento de la política en España y las Américas. De la política en un sentido moderno, o lo que es lo mismo, de la esfera pública. Del relato y el análisis se deducirá no sólo la escasa modernidad en la política del Antiguo Régimen, sino también el conflicto que preside y organiza las relaciones entre una sociedad y la que le sucede. En el caso español, la pretendida antigua `modernidad` se opone y cercena las expectativas de cambio político, y en el período estudiado acaba imponiéndose para arrojar a los nuevos políticos a los presidios y al exilio, desterrando también las leyes nuevas que ofrecían libertad, igualdad jurídica y política y seguridad personal." Los ilustrados de España, integrantes del riñón del Antiguo Régimen, reciben las novedades ideológicas de la Francia revolucionaria en la versión napoleónica: ocupación, conquista, codicia. Por un lado queda abolida la Inquisición y, por otro, las bayonetas desalojan a los Borbones, al menos en la versión oficial. El pueblo toma las calles para defender a su rey -el canallesco Fernando VII- pero el peligro que ese acto popular supone es evidente. El perro suele morder la mano del amo. "En las Américas, en la amplia porción del hemisferio que conformó los dominios españoles, que fue Hispanoamérica por su gobierno, predominio social y hegemonía cultural, que fue mucho más que hispana por la pluralidad de sus pueblos originarios, de las etnias transportadas desde África, por la mixtura a la que dio origen una larga existencia en común, la emergencia de la esfera pública, de la política, de las libertades y los derechos, consumirá fases sucesivas y entrecruzadas de desencuentro con España, y una prolongada lucha por dejar de ser colonias y constituir nuevas naciones, por acceder a la independencia."

Quizá el mejor legado del imperio español fue la derrota que sufrió en sus colonias. Y todo comenzó con un pueblo español empobrecido e ignorante -a la vez que sumiso con la corona- que tomó las calles en defensa cerril de su opresor.

Recorridos. La ecléctica y pormenorizada investigación de Piqueras consta de 10 capítulos, un epílogo y 70 páginas de referencias bibliográficas profusas y a veces sorprendentes. A modo de ejemplo, el sistema que concibe para detectar el nivel de actualización ideológica de las clases cultas de la época se deduce del inventario de la biblioteca personal de Gaspar de Jovellanos (1744-1811) el modelo español de "hombre de las luces", político, jurista y literato de indudable predicamento. De sus 857 libros, más de la mitad correspondían a autores del siglo XVIII: Voltaire, Montesquieu y Rousseau -los obvios- pero también Condillac, David Hume y por supuesto los jusnaturalistas Grocio, Wolff, Burlamaqui. Y la Enciclopedia de Diderot completa.

Las reformas borbónicas de Carlos III nacieron de esta biblioteca. Ahora bien, ¿qué aportan a las jornadas furiosas de 1808 estas lecturas de gabinete? Para saberlo hay que bajar un grado en la erudición y consultar la prensa de la época. En el Semanario Patriótico la pluma de Manuel José Quintana comenzó a manejar el concepto de "opinión pública". Escribe Piqueras: "La opinión pública comenzaba a dejar de ser el público". Es decir, dejaba de ser masivo, inculto, poco afecto a lo francés. Ese pueblo será convocado como representante fiel de la nación española aunque el viceversa sea más discutible. La conducción del pueblo por los ilustrados de allí y de aquí, por lo general prósperos comerciantes y productores agrícolas, llámense Vicente Bertrán de Lis o Manuel Belgrano, constituye, junto a la vecindad revolucionaria francesa, un elemento clave del llamado "movimiento juntista".

La comedia de enredos que se montó en Bayona (Carlos IV deja sin reino a Fernando VII para luego abdicar con el consentimiento de éste, ante la familia Bonaparte), movilizó a los ilustrados que a su vez guiaron la furia popular. No en balde la Junta de Sevilla realiza una leva de posibles soldados al servicio del amado Fernando, encuadrados en la disciplina militar más ortodoxa. El desorden de los sans culottes españoles (plebe urbana, pequeños comerciantes, labriegos) debía transformarse en "revolución patriótica" contra el invasor francés. Pero todo es maniobra y desengaño. Lo explica el siguiente pasaje de Piqueras: "Formadas la Juntas Supremas Gubernativas provinciales en mayo de 1808 con gente de todas las clases, nombradas sin ser elegidas por los respectivos cuerpos: `a nombre de las autoridades, mandaremos nosotros` diría uno de los instigadores de los sucesos de Valencia al justificar la conveniencia de contar con parte de las autoridades y de los notables."

Y vaya que lo hicieron: nombraron policía, dirigieron rondas de campesinos armados, impartieron justicia sumaria en nombre de un rey que aceptaba gozosamente los términos napoleónicos. Un rey que coincidía con los notables de turno -que sin embargo juraron lealtad a José Bonaparte. La reflexión de Piqueras plantea un problema de absoluta actualidad respecto a la participación de las masas y a sus interesados conductores. Es el viejo tema de la lealtad de los líderes: "Debemos preguntarnos por qué no actuaron por sí mismos los líderes elegidos por las clases subalternas. Motivos no les faltaron pues a cada concesión de su jefe ante la Junta, respondieron radicalizando la protesta: dieron muerte a un aristócrata que había mandado la milicia y ensartaron su cabeza en una pica para pasearla por la Ciudadela y acabaron ocasionando una matanza de prisioneros."

Según Piqueras, Marx tampoco pudo resolver por qué los pequeños campesinos propietarios, los usufructuarios de tierras y -podría agregarse- los pobres del mundo, delegan el gobierno de sus asuntos en quienes, generalmente, acaban traicionándolos.

Montevideo. Según Piqueras, para los intelectuales sudamericanos en general y rioplatenses en particular, la respuesta ante los sucesos de España fue una cuestión de equilibrio entre intereses, sentimientos y temores. "La debilidad cuantitativa de la intelectualidad - muy dispar según las regiones- sale al encuentro de una debilidad cualitativa, la doble presión a la que se ve sometida la clase media del Antiguo Régimen: una consiste en el cerco exterior, que a su vez se desdobla en cerco ideológico en el modelo de Francia, que se ofrece como un ejemplo de decisiones desacertadas, con pérdida de negocios y un rebasamiento por las clases populares que llevó once años de desórdenes civiles ponerles coto, y cerco mercantil con Inglaterra, que desafía al comercio peninsular en América y amenaza el monopolio de los grandes comerciantes organizados en los consulados a ambos lados del Atlántico, y que tampoco esconde otro tipo de aspiraciones de relieve en la anexión de la isla Trinidad y las campañas en el Río de la Plata."

Manuel Belgrano resulta un modelo adecuado para la aseveración anterior. Doctorado en 1786 por Salamanca en Jurisprudencia, recibe en 1789 la secretaría del Consulado de Comercio - cargo que ostentó a perpetuidad- al tiempo que comanda las milicias de Buenos Aires durante las invasiones inglesas. Un hombre de dos mundos. Esa duplicidad se agudiza porque como señala Piqueras: "La otra presión es de índole interna, el temor de las clases bajas locales, en España y en las Américas: los sucesivos motines y los levantamientos indígenas son resonantes señales de aviso; la revolución negra de Haití (1791-1804) es una amenaza directa en el corazón del Caribe para todos los dominios en los que se poseen esclavos, justo cuando el número de africanos introducidos por los puertos de La Habana, Cartagena, Caracas y Buenos Aires, no deja de incrementarse."

Para los hombres como Belgrano la máxima que desaconsejaba el servicio a dos señores se imponía. Las idas y vueltas de la Junta de Mayo y los sucesivos gobiernos porteños respecto a la independencia de estos territorios, no deben poco a esta duplicidad veleidosa. Respecto a la posición del gobierno de Montevideo el autor señala: "El comportamiento del brigadier general José Manuel de Goyeneche, comisionado por la Junta de Sevilla para el Río de la Plata y Perú, que partió a la vez que los emisarios a Nueva España, avala esta interpretación: en Montevideo admitió la desconfianza mostrada por el gobernador Javier de Elío frente al virrey Liniers y aceptó que se declarara `independiente`."

La muy fiel y reconquistadora seguía siéndolo. En Buenos Aires, Goyeneche validó las protestas de fidelidad del virrey Liniers y siguió su viaje, no sin antes dejar reforzado un escenario de rivalidad entre ambas ciudades. Cuando irrumpa Artigas en la Banda Oriental -uno de los revolucionarios elegidos por Mariano Moreno en su secreto "Plan de Operaciones"- Montevideo también será arrasada por las temibles turbas de gente vil: esa es la razón de ser de los catalizadores.

L.E.

EL BICENTENARIO ha unido a un pueblo que festeja su identidad, a pesar del debate sobre las fechas y acontecimientos históricos tomados como referencia. Ese mar de dudas sobre el dónde y cuándo comenzó todo es, también, parte de la matriz identitaria. El País Cultural se propuso explorar esos debates, replantearlos. Un libro del español Piqueras permitió analizar el concepto de política en el nacimiento de las nuevas naciones hispanoamericanas. Una reedición de textos de Arturo Ardao discute la vigencia del ideario artiguista. Dos novelas históricas sobre el Éxodo, una de Pablo Vierci y otra de Javier Ricca, ayudarán al lector a encontrar su Artigas, su Éxodo, y su manera de sentirse uruguayo. El historiador Guillermo Vázquez Franco discute todo el Bicentenario, con su estilo agudo y polémico. Un repaso sobre textos de viajeros de la época ayudan a comprender el clima. Y un texto del capitán Richard F. Burton plantea, con pesimismo y humor, el probable destino de este territorio que es nación.

 

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