Setenta 'destellos' de Goya. elmundo.es

Exhibitions
19 Oct 2015

La National Gallery reúne la mitad de los 150 retratos del pintor aragonés en la exposición de la temporada en Londres.

Francisco de Goya y Lucientes fue un retratista tardío: no empezó hasta los 37. Pero cuando se plantó cara a cara ante sus modelos (empezando por él mismo) lo hizo con una capacidad prodigiosa para ir más allá de las apariencias, capturar la luz en el rostro, ahondar en el "alma" que palpita en los ojos... Y reflejar de paso la inteligencia o la estulticia del retratado, ya fuera un "ilustrado", un aristócrata, una cortesana o el mismísimo rey en traje de caza. "Goya hace equilibrios y juega a veces con la ironía", reconoce Xavier Bray, el comisario de Goya: The Portraits, la gran exposición consagrada a los retratos del pintor aragonés en la National Gallery de Londres. "Pero es ante todo un artista directo y honesto. Lo que nosotros podemos percibir ahora como una burla, entonces no se veía como tal. Ahí tenemos a Carlos III, sonriente y humanísimo, bordeando tal vez el ridículo ante nuestros ojos. Pero al Rey le encantó ese retrato".

"El único que se quejó directamente al pintor fue en una ocasión Godoy", recuerda Bray. "No le gustaba cómo le había pintado las piernas; quería que las hiciera parecer más musculosas". Setenta destellos de Goya (la mitad de toda su producción como retratista) deslumbran al visitante en las penumbras de la National Gallery, donde la Venus del espejo de Velázquez reposa con orgullo. Ninguna de las dos majas ha venido a hacerle la competencia, aunque el Museo del Prado ha cedido diez Goyas, el Banco de España ha abierto de par en par su colección y la Hispanic Society de Nueva York ha prestado el incomparable retrato de la duquesa de Alba (1795), con mantilla negra y fondo de Sanlúcar de Barrameda.

Cualquiera diría que los desastres de la guerra, los caprichos o las pinturas negras pertenecen a otro autor. En las salas subterráneas del ala Sainsbury de la National Gallery sólo hay espacio esta vez para un Goya más luminoso y de "guante blanco", pero igualmente penetrante y agudo. "Curiosamente, nunca se había dedicado una exposición a la vertiente de Goya como retratista", advierte Gabriele Finaldi, director de la National Gallery. "Y sin embargo una tercera parte de su producción fueron retratos: nada menos 150 obras que han llegado a nuestros días y que confirman a Goya como uno de los pintores más incisivos de la Historia". "Goya es muy consciente de su condición de pintor de la Corte, y como tal sabe hasta dónde puede llegar", advierte Finaldi. "Por un lado adopta una actitud diplomática, porque al fin y al cabo es como se gana la reputación y la vida. Pero al mismo tiempo es capaz de ir más allá de las apariencias, y hacer retratos muy modernos que nos dicen casi todo sobre esa persona". "De él sabemos que desarrollaba una gran empatía con sus modelos, muchos de ellos eran su amigos y los conoció durante mucho tiempo", agrega el director de la National Gallery. "Otros encargos los liquidaba Goya muy rápido, pero siempre poniendo su sello personal. Y en algunos retratos de la realeza, sobre todo los de Fernando VII, es bien patente su evolución personal: desde la esperanza que le infundía cuando era Príncipe de Asturias al desdén que sintió en su últimos años".

Xavier Bray, el comisario de la exposición, quince años acariciando el sueño de ver a los 70 Goyas bajo el mismo techo, nos invita a hacer una parada ante el primer autorretrato del pintor, fechado en 1780 y curiosamente emparentado con el que se hizo en la etapa final de Burdeos, cedido para la ocasión por el Prado. De ahí pasamos su primer encargo, El conde de Floridablanca, que deslumbra por el fogonazo del rostro, humanizando la roja rigidez del personaje y sus delicados bordados. Bray se recrea después en uno de los incipientes retratos de familia, un prodigio de composición, deudor de Las Meninas... "En La familia del infante don Luis de Borbón, Goya no ha depurado aún su técnica, pero anticipa muchos elementos que le distinguirán como retratista", apunta Bray, como invitándonos a incorporarnos a la naturalidad de la escena. "La clave está en el peluquero, que sabemos que se llamaba Santos García. Es la típica persona que lo sabe todo de lo que ocurre en la Corte. Pienso que era un espía de Carlos III".

En 1785, con el marchamo de pintor real, la fama de Goya se extiende por la aristocracia: ahí tenemos al conde y al condesa de Altamira, al duque de Alba (como si acabara de bajar del caballo) y a los duques de Osuna con toda su descendencia de niños de porcelana. Más interesante es sin duda la larga década (1789-99) en la que Goya se consagra como el pintor de la Ilustración española. "Jovellanos, con la cabeza apoyada en la mano y la mirada melancólica, encarna el idealismo de la época", seguimos con Xavier Bray. "A su lado, Franciso de Saavedra, que fue ministro de Finanzas, es el pragmatismo y la acción".En la cuarta sala vemos a Goya encaramado ya como el pintor más prestigiado desde Velázquez, capaz de ponerle la mantilla a la reina María Luisa (no podía ser menos que la duquesa de Alba) y de bajar del pedestal a Carlos IV, como luego haría con Fernando VII, en la sala bautizada como Liberales y déspotas. Son sin embargo los retratos del círculo íntimo del pintor -de Juan de Villanueva a Evaristo Pérez de Castro, de Antonia Zárate a su esposa Josefa Bayeu- los que se quedan finalmente con nosotros y nos transmiten toda la intimidad y el dolor de sus últimos años de sordera en el exilio, asistido por el doctor Arrieta en el último y agonizante autorretrato del inmortal pintor de Fuendetodos.

 

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