Biografía

Autorretrato (1815), Francisco de Goya y Lucientes, Museo del Prado, Madrid.

Francisco Goya

1746-1771
De Fuendetodos a Roma: aprendizajes y tanteos

1746-1759. El hijo del dorador

El 30 de marzo de 1746, reinando Felipe V de Borbón, ve la luz en la localidad zaragozana de Fuendetodos Francisco de Goya y Lucientes, hijo de José y de Gracia. Salvo por la ascendencia vasca de su padre, cuyos antepasados se habían afincado en Aragón hacía poco más de un siglo, Francisco pertenecía a una familia enraizada entonces en Zaragoza. José Goya era un artesano dorador de retablos no muy cotizado, que había heredado una casa en la calle de la Morería Cerrada (hoy, del Teniente Coronel Valenzuela). Las obras de reedificación allí realizadas entre 1746 y 1747, que obligaron a hipotecar el inmueble y determinaron el posterior embargo de la propiedad, pudieron motivar el traslado puntual a Fuendetodos, pueblo natal de Gracia Lucientes, de estirpe hidalga e hija de labradores acomodados. Un mes después del nacimiento de Francisco, la familia regresa a Zaragoza. La infancia del cuarto vástago del matrimonio debió de transcurrir sin sobresaltos, entre el barrio de la parroquia de San Gil y alguna de las escuelas zaragozanas de primeras letras regentadas por órdenes religiosas. A partir de 1758, sin embargo, las dificultades económicas hacen que los Goya ya no moren en su domicilio habitual. Para hacer frente a la situación la familia se disgrega y Francisco, ya mancebo, aparece documentado conviviendo con su hermana Rita, también en Zaragoza, en 1761.

1760-1768. Retrato del artista adolescente

Este momento crítico coincide con su asistencia como aprendiz al taller del pintor José Luzán, uno de cuyos hermanos era colega y colaborador habitual de José Goya. No hay por qué dudar de su natural inclinación hacia la pintura ni de sus dotes para el dibujo, pero el no haber seguido los pasos de su padre ni de su hermano mayor Tomás en el oficio de dorador condujo a Francisco hacia un destino más ambicioso, en busca del prestigio social y de la mejor retribución laboral por los que venían luchado artistas zaragozanos como Jusepe Martínez, hasta lograr separarse del gremio de doradores en 1666. Según afirmó Goya al final de su vida, pasó cuatro años como discípulo de Luzán, "con quien aprendió los principios del dibujo haciéndole copiar las estampas mejores que tenía", es decir, hasta 1763 aproximadamente, pues a finales de aquel año se presentó al concurso convocado por la madrileña Academia de Bellas Artes de San Fernando para elegir a los pensionados que irían a perfeccionar estudios a Roma, capital europea del arte. Aunque fracasó en su intento, debió de recalar por algún tiempo en la Corte, ya que las matrículas parroquiales zaragozanas no lo registran en 1764. Quizá se colocó al amparo de su futuro cuñado Francisco Bayeu, que había marchado a Madrid precisamente el año anterior como ayudante de Anton Raphael Mengs, pintor de cámara de Carlos III. Entonces tuvo que conocer a Josefa Bayeu, su mujer, pues testificando en la boda de una hermana de ésta declaraba (1783): "hace veinte años poco más o menos conoce y ha tratado con mucha amistad de Dña. Mª. Bayeu, que le presenta, con el motivo de haber estado aprehendiendo su exercicio en la Casa de su hermano Don Francisco". Hasta 1766, fecha en que de nuevo probará suerte infructuosamente en el concurso de la Academia fernandina, vuelve a aparecer domiciliado con su familia en Zaragoza. Con ella permanecerá hasta 1769, colaborando muy probablemente en el taller de su padre y realizando trabajos menores de pintura. En los Libros de Reparto de la Real Contribución correspondientes a esos años no figura de todos modos como pintor independiente.

1769-1771. El trampolín italiano

Pensando en cómo lanzar su carrera debió de madurar la idea del viaje a Italia, preceptivo para todo aquel que deseara afirmarse como artista. Ejemplos no faltaban desde el siglo pasado y menos aún entre los jóvenes aragoneses de su generación. Francisco pudo estar perfectamente al tanto, por frecuentar su padre el entorno de José Luzán, formado en Nápoles, y de José Ramírez, cerca de cuya casa y taller habitaron precisamente los Goya en 1762, al tiempo que completaba allí su aprendizaje el escultor Juan Adán. Con él y con otros pensionados aragoneses se relacionó Francisco en Roma, según un documento del expediente matrimonial del pintor. La estancia en la Ciudad Eterna se prolongó desde el verano de 1769 hasta el verano de 1771. Inmerso en el cosmopolita ambiente del quartiere spagnolo y de Piazza di Spagna, no lejos de la Academia de Francia, peregrinará por los lugares obligados para quienes acudían a completar su formación en Roma, como prueban sus copias de estatuas clásicas en el Cuaderno italiano, que no refleja, sin embargo, la manera sistemática con que afrontaban esta tarea los pensionados, constreñidos a rendir cuentas de sus progresos enviando obras a España. Sobrevivir allí con pocos recursos y sin ayuda era complicado. Debía optimizar su estancia y la mejor manera era obteniendo algún premio o reconocimiento de una institución académica. Así había conseguido Juan Adán un auxilio económico extraordinario de la de San Fernando en 1768, ganando consecutivamente varios concursos en Roma. Francisco, sin embargo, decidió preparar en 1771 un cuadro para la Academia de Bellas Artes de Parma, cuyo certamen estaba abierto a extranjeros de todas las nacionalidades, tomando quizá ejemplo del anterior ganador, un francés apellidado Gibelin que habitaba a pocos pasos de Juan Adán. A Goya le bastó la mención de honor recibida por su Aníbal vencedor, contemplando Italia por vez primera desde los Alpes, para obtener un marchamo internacional con el que optar a encargos de importancia en su patria.

1772-1779
De Zaragoza a Madrid: un cartonista en la Corte de Carlos III

1772-1774. Por la puerta grande

En junio de 1771 los canónigos del Pilar empezaron a recibir ofertas para pintar la bóveda del Coreto, y Francisco, que debió de demorar su vuelta haciendo un pequeño tour por la costa adriática de Italia hasta Venecia, se apresura entonces a volver para presentar su candidatura con un precio muy ventajoso para los comitentes. Tras mostrar una prueba de pintura al fresco, hubo pocas dudas acerca de quién iba a inmortalizar su nombre en los muros de la basílica, emulando así el éxito de Antonio González Velázquez a su vuelta de Roma en 1752. A partir de entonces simultaneó esta actividad con otros encargos, como el de la Cartuja de Aula Dei entre 1772 y 1774. Entre tanto había contraído matrimonio con Josefa Bayeu el verano de 1773, en Madrid, siguiendo una tradición secular en los obradores de pintura por la que el discípulo aventajado emparentaba con la familia del maestro. Bien puede decirse que la Adoración del nombre de Dios en el Coreto del Pilar, tardobarroca e italianizante al modo de Giaquinto -cuya pista en Roma había seguido Francisco, según revela el Cuaderno-, y maestro a su vez de González Velazquez, había sido la llave del éxito a su vuelta. Tanta era la distancia que mediaba entre el hijo del dorador, que no recibiera en 1766 ni un solo voto de los académicos de San Fernando, entre ellos Francisco Bayeu, y el fresquista de la basílica zaragozana.

1775-1779. Bajo la égida de Bayeu

Pero su objetivo era triunfar en Madrid. Aunque después de la boda regresó a su patria chica -como atestigua el bautizo de su primer hijo, Antonio, en la parroquia zaragozana de San Miguel de los Navarros en 1774-, para terminar quizá los trabajos de Aula Dei, el 3 de enero de 1775 partió hacia la Villa y Corte, hecho que no dejó de consignar en el Cuaderno. La cumbre de la profesión, como sucedía en la España del Barroco, seguía siendo servir al rey. El ejemplo de Velázquez, cuyas obras más singulares grabó Goya en 1778 por iniciativa propia, estaba bien vivo. Goya comenzó su carrera como pintor de corte desde el escalón ínfimo, trabajando bajo la supervisión de su cuñado para la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara en los cartones que servían de modelos a los tapiceros. Tras realizar una serie para El Escorial, entre 1776 y 1779 se dedicará a los de los aposentos del príncipe de Asturias en el palacio del Pardo, fiado esta vez a su propia inventiva. Los reyes apreciaron la frescura del arte de Goya, que presentaba personajes pintorescos con gran viveza, y cuando le recibieron en su presencia su gozo no tuvo límites, como confesó en una de sus cartas al amigo de infancia Martín Zapater. A partir de entonces, y gracias también al prestigio que le dio grabar la obra velazqueña incorporando los últimos avances técnicos del aguatinta, Goya pudo tratar a los artistas en boga: Mengs, Felipe de Castro, Ventura Rodríguez, que se codeaban con la intelectualidad más avanzada de su tiempo, o sea, la de ilustrados como Jovellanos, Cabarrús, Campomanes, Ceán Bermúdez y Ponz.

1780-1794
Lenta escalada hacia el éxito

1780-1785. Mecenas para un pintor

En 1780, sin embargo, se interrumpen los encargos de cartones y el clan de los Bayeu busca nuevos clientes, ofreciéndose aquel mismo año al capítulo del Pilar para finalizar la decoración de las cúpulas y las bóvedas de la basílica. Francisco sigue sin desprenderse del dogal de su cuñado, pero ahora peleará por su independencia creativa y el 5 de mayo solicita su ingreso como académico de San Fernando con un Cristo crucificado, lo que en adelante le capacitará para recibir directamente encargos de comitentes públicos y religiosos. El fresco de la Regina Martyrum fue terminado el año siguiente y le valió un agrio enfrentamiento con Bayeu cuando los canónigos zaragozanos rechazaron sus bocetos para las pechinas y manifestaron su disgusto por la pintura de la cúpula, tan disonante de las académicas composiciones del cuñado. Cedió, obligado a complacer a sus clientes, abandonando Zaragoza tremendamente disgustado en junio de 1781. En el plano personal no le van mejor las cosas, con la pérdida de su padre el 17 de diciembre de aquel año y un aborto de su mujer. Afortunadamente en Madrid su reputación estaba intacta y, ya como académico, pudo participar en pie de igualdad con su cuñado en el encargo colectivo de lienzos para San Francisco el Grande, basílica de patrocinio real, aquel mismo verano. En ese momento se relaciona con el conde de Floridablanca, a quien retratará en 1783. Pese a la confianza que había depositado en su lienzo para San Francisco, la Predicación de San Bernardino de Siena no despertó precisamente el entusiasmo del poderoso ministro, teniendo que mediar Ponz dos años después para que pagara a Goya y a otros dos pintores. Profesionalmente está estancado. Su relanzamiento vino de la mano del infante don Luis de Borbón, que vivía en Arenas de San Pedro (Ávila), en cuya corte realizó varias obras entre 1783 y 1784. Del verano de 1784, durante su segunda estancia, es un retrato colectivo de la familia, de tono íntimo y cercano al género inglés de las conversation pieces. La amistad de Floridablanca con don Luis y el parentesco de Goya con Marcos del Campo, del séquito real, pudieron franquearle la entrada. Ese mismo año, el 2 de diciembre, otro acontecimiento iluminará los difíciles comienzos de la carrera áulica de Goya: el nacimiento de Javier, único hijo que le sobrevivió. A esas alturas había comprendido que su habilidad como retratista podía ser, como lo fue para Velázquez, una clave del éxito profesional. Comienza así a afirmarse en el género, como evidencia el que hizo al arquitecto Ventura Rodríguez, amigo de don Luis. El fallecimiento de éste en 1785 le privó casi inmediatamente de valedor, pero ya se había introducido como pintor de la alta nobleza encontrando nuevos mecenas en los duques de Osuna, a quienes plasmó en sendos lienzos pintados con exquisita técnica y delicada introspección psicológica. Los clientes ricos comenzaban a apreciarle, y será ahora cuando el Banco de San Carlos, poderoso organismo donde ocupaban cargos de relevancia Jovellanos y Ceán Bermúdez, se dirija por primera vez a él para retratar a sus directores bienales. Prosigue su carrera en la Academia, como teniente director de Pintura desde el 1 de mayo de aquel año, pasando a ocuparse de tareas docentes. Esto y sus acciones en el Banco, según revela a Zapater, le procuraban unos "doce o trece mil reales anuales y con todo estoy tan contento como el más feliz".

1786-1791. Entre los pintores áulicos

Su situación económica mejorará más aún el 25 de junio de 1786 al ser nombrado pintor del rey, con un sueldo anual de 15.000 reales, a propuesta de Francisco Bayeu y Mariano Maella, con motivo de la reapertura de la manufactura real de Santa Bárbara. De esta época son sus bocetos para Las cuatro estaciones, destinados al comedor del príncipe en El Pardo. Paralelamente sigue trabajando para el Banco de San Carlos como retratista, o en obras bucólicas para los duques de Osuna, lo que le reporta jugosas sumas que empleó en comprarse en 1787 una berlina tirada por mulas, todo un lujo y símbolo del estatus recién adquirido. Al año siguiente sigue empeñado con los tapices, preparando cartones para el dormitorio de los infantes en el Pardo, entre ellos La pradera de San Isidro, que le dio algún quebradero de cabeza por lo complejo de la composición de la romería al santo, y los Osuna le honran encargándole dos lienzos con escenas de la vida de san Francisco de Borja, antepasado de los duques, para su capilla de la catedral valenciana, cuya cuenta presentó el 16 de octubre de 1788. Al año siguiente realizará el famoso retrato de la familia al completo. En vísperas de la Revolución francesa, los negocios de Goya van viento en popa. El 17 de enero de 1789, los príncipes de Asturias suben al trono de España. De los primeros retratos oficiales de Carlos IV y María Luisa de Parma se encargará Francisco de Goya, que el 25 de abril obtiene el ansiado nombramiento como pintor de cámara. Esto le acarreará otros honores, como su admisión en la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País el 22 de octubre de 1790, o en la Academia de Bellas Artes de Valencia el mismo mes. Pero la reina, que gobernaba a su antojo, no apoyaba al partido protector de Goya, y tras la caída de Jovellanos y de Cabarrús, director del Banco de San Carlos, se quedó de nuevo sin protectores que supiesen apreciar su arte. De ese modo se encontró en una posición comprometida cuando el director de la fábrica de Santa Bárbara le denunció ante el rey por no querer seguir pintando cartones para tapices, pues la tarea de decorar los Reales Sitios mal podía cuadrar a un pintor de cámara con ambiciones. Pero Bayeu le hizo entrar en razón y en junio de 1791 ya estaba trabajando en La boda para el despacho del rey en El Escorial. Esta nueva serie, que no llegó a terminar, le tuvo ocupado prácticamente un año.

1792-1794. Los monstruos de la razón

Durante el segundo semestre de 1792 la actividad artística de Goya se detuvo por completo. Parece que estuvo más preocupado tratando de conseguir una ejecutoria de nobleza y reflexionando sobre los Estudios del Arte, redactados el 14 de octubre para la Academia, que ahora dirigía el arquitecto Juan de Villanueva asistido por el viceprotector Bernardo de Iriarte. La inestable coyuntura política y los cambios ministeriales acaecidos en apenas meses, con la destitución de Floridablanca y de Aranda consecutivamente y el ascenso del favorito de la reina, Manuel Godoy, no favorecían el cultivo de las artes. El invierno de aquel año Goya cayó gravemente enfermo y convaleció en Cádiz, en casa del rico negociante Sebastián Martínez, quien le había encargado su retrato. Tras su restablecimiento volvió a Madrid con la primavera, aunque la sordera que le había quedado como secuela cambiará su vida, obligándole, por ejemplo, a renunciar a la enseñanza académica. Seguirá pintando, ya no cartones para tapices sino cuadros de gabinete, enviados a la Academia el 4 de enero de 1794, donde, siguiendo su capricho, representa entre "asuntos de diversiones nacionales", como anotaron los académicos, algunas escenas trágicas (Incendio, Naufragio, Bandidos asaltando un coche...). También reanudará su actividad como retratista, en nada mermada su maestría, como testimonian La duquesa de Alba, con quien mantuvo vínculos afectivos según dejan entrever las inscripciones de su Retrato con mantilla de 1797, o La marquesa de la Solana, de 1795.

1795-1807
La cúspide de la carrera

1795-1799. El grabador de los Caprichos

Acabadas las hostilidades con Francia, al final del reinado del Terror durante el cual había sido guillotinado Luis XVI, la situación política en España se estabilizó bajo el liderazgo de Godoy, que rehabilitó a Francisco Cabarrús, ahora su consejero financiero. Con el antiguo director del Banco de San Carlos volvieron a tener predicamento los amigos ilustrados de Goya: Jovellanos, Meléndez Valdés, Bernardo de Iriarte y el secretario del banquero, Moratín. Por otro lado, el 4 de agosto de 1795 moría Bayeu, lo que contribuyó a la promoción de Francisco en la Academia, que le nombró su director el 13 de septiembre. A principios de 1796 viajó por segunda vez a Andalucía, acompañando quizá a la Corte desplazada a Sevilla para venerar las reliquias de san Fernando, y permaneció allí lo que quedaba de año sin que conste licencia expresa en los archivos reales. Por cartas de sus amigos se ha sabido que Goya estaba todavía convaleciente, y que frecuentó la compañía de la duquesa de Alba -quien en su testamento, de 17 de febrero de 1797, se acordó de Goya- en Sanlúcar de Barrameda, pues aparece en varios dibujos del álbum homónimo. Entonces se gestaron los Caprichos, publicados en 1799. Para mayo o junio volvió a Madrid, y continuó con su labor de retratista, inmortalizando a Bernardo de Iriarte, Meléndez Valdés o Francisco de Saavedra, todos escalando puestos en la administración real. Tras recibir Jovellanos el nombramiento como ministro de Gracia y Justicia el 10 de noviembre de 1797, Goya le retrató asimismo, pero el empeño del asturiano por reformar la Inquisición pronto le valió el cese. Moratín, que también había obtenido un buen cargo, le secundaba en esta empresa. Con el dramaturgo tuvo varios contactos Goya durante el segundo semestre del año y hasta 1799, y sus Caprichos de asuntos brujeriles hay que relacionarlos con este clima intelectual contrario a la superstición. Los duques de Osuna lo compartían y el 29 de junio de 1798 pagaron a Goya por seis cuadritos de "asuntos de brujas" pintados para su finca de la Alameda. Aquel mismo verano, y muy posiblemente gracias a sus poderosos contactos, la Corte volvió a dirigirse a él para encomendarle la decoración de los frescos de la ermita de San Antonio de la Florida, incorporada recientemente a la capilla palatina, así como algunos retratos de la reina María Luisa, que debieron agradar bastante.

1800-1807. Primer pintor de cámara

El 31 de octubre de 1799 Goya había sido ascendido a primer pintor de cámara, con un sueldo de 50.000 reales, y en seguida se le retó con el retrato colectivo de la familia real, junto a quienes se representó, en pose velazqueña, en 1800. Poco antes había realizado para Godoy La condesa de Chinchón, uno de sus mejores retratos femeninos por su cercanía humana, así como las Majas. Goya estaba en lo más alto de su carrera, pues había logrado emular al pintor de Las Meninas, autor también de un prodigioso desnudo femenino, la Venus del espejo. Gracias seguramente al "príncipe de la Paz", a quien acabó retratando en 1801 como vencedor en la guerra de las Naranjas, la estrella del artista siguió brillando durante esos dos años a pesar de la destitución de Jovellanos y de Saavedra. Su patrimonio se acrecienta y así comprará dos casas, una para habitar en el número 15 de la calle Valverde, el 23 de junio de 1800, y otra para alquilar en el número 7 de la calle de los Reyes, dos años más tarde. Los cambios del gusto en los monarcas, fascinados por la moda neoclásica, relegarán sin embargo a Goya a un segundo plano, prefiriendo contratar a artistas franceses para decorar sus moradas. No así Godoy, quien le encargó unas alegorías para su palacio del Almirantazgo, cuyo programa iconográfico conectaba con la filosofía de las sociedades económicas del país. El movimiento antiliberal, por su lado, iba ganando terreno en consonancia con el cariz despótico que estaba cobrando el gobierno de Godoy, y el autor de los Caprichos, perfectamente informado por su cercanía al valido, donó los cobres al rey a cambio de una pensión para su hijo Javier, concedida el 6 de octubre de 1803, evitándose así enojosas pesquisas por parte de la Inquisición. Afortunadamente su clientela como retratista no dejaba de crecer, y entre 1803 y 1807 debió de elaborar al menos una treintena de lienzos de este género, entre ellos los de los condes de Fernán Núñez, los de los marqueses de San Adrián, o el de María Tomasa Palafox y Portocarrero retratando a su marido. El 8 de julio de 1805 Goya casó a su hijo con Gumersinda de Goicoechea, hija de un rico comerciante y de la prima del entonces director del Banco de San Carlos, anudando así su tradicional relación con la institución que había fundado Cabarrús. Sus retratos para la ocasión, sobre todo el de Javier, son otra muestra de la excepcional habilidad que había adquirido en esta disciplina. Durante 1806 y 1807 Goya se moverá en un ambiente de acaudalados hombres de negocios, como Manuel Sixto Espinosa o Manuel García de la Prada, para quienes hará también retratos y cuadros de costumbres.

1808-1814
Una carrera truncada por la guerra

1808-1810. Un patriota al servicio del rey intruso

En vísperas de la guerra con Napoleón, emperador de los franceses desde 1804, Goya estaba en el cénit de su carrera. Aún tuvo tiempo de retratar a Fernando VII tras abdicar en él su padre el 19 de marzo de 1808. Pero la monarquía española, arruinada económicamente y con un gobierno debilitado por las ambiciones de Godoy, a quien Napoleón había manipulado con falsas promesas, fue incapaz siquiera de oponerse a los franceses, siendo el pueblo quien se alzaría en armas. En octubre de 1808, tras el primer sitio de Zaragoza, Goya, que había hecho un donativo aquel mismo mes para apoyar al ejército de Aragón, viajó por invitación de Palafox para "examinar las ruinas de aquella ciudad, con el fin de pintar las glorias de aquellos naturales". En ese momento pudo empezar a concebir Los desastres de la guerra, tres de cuyas planchas están fechadas en 1810. Su ausencia de Madrid, transcurrida ya en Zaragoza, ya en Piedrahíta (Ávila), destino de los patriotas que pretendían exiliarse, acabó en la primavera de 1809 ante la amenaza de confiscación de sus bienes por decreto del 4 de mayo, que obligaba a todos los empleados públicos desplazados desde el 1 de noviembre del año anterior a reintegrarse a sus domicilios. Practicó una resistencia pasiva a partir de entonces, renunciando a su puesto de pintor de cámara al no solicitar la dispensa para los empleados mayores de 60 años, que se habían visto retirados del servicio, aunque al parecer no pudo negarse a retratar al rey José Bonaparte en la Alegoría de la villa de Madrid por encargo del consistorio madrileño, el 27 de febrero de 1810, así como a alguno de sus ministros. Su participación en las comisiones encargadas de requisar cuadros de maestros españoles para el museo Napoleón de París, cuya lista lleva fecha de 25 de octubre de 1810, así como para el futuro museo nacional proyectado por José I en el palacio de Buenavista, le valieron el 11 de marzo de 1811 la Orden Real de España, creada por el rey intruso y llamada popularmente de la "berenjena". El juramento que debió hacer a cambio le hizo pasar luego por una comisión de depuración que, sin embargo, le rehabilitará el 14 de abril de 1815 por quedar probado que nunca lució la condecoración en público. En su fuero interno Goya debió de sentirse más patriota que afrancesado, actuando no obstante siempre con suma prudencia. Prueba de ello es que mantuvo contactos con los refugiados liberales de Cádiz, provincia no ocupada, poniendo allí en venta ejemplares de los Caprichos, que no de los Desastres, más comprometedores para el artista si hubieran llegado a ser interceptados por los franceses.

1811-1814. Los desastres de la guerra

El 20 de junio de 1812 falleció Josefa Bayeu, habiendo hecho testamento con su marido el 3 de junio del año anterior. Tras la derrota infligida por Wellington a los franceses en Arapiles el 22 de julio de 1812, las aguas volvían a su cauce, y Goya se apresuró a retratar al vencedor. Poco duraría la alegría del pintor, pues tras la vuelta de José I a finales de aquel año hubo de consentir en repintar su rostro en la Alegoría de la villa de Madrid, que había sido borrado para inscribir la palabra "Constitución". En 1814 recuperó el trono español Fernando VII, adelantándose Goya en proponer al Consejo de Regencia la glorificación del heroico pueblo español por medio de sus pinceles. Así hizo los famosos cuadros del 2 / 3 de mayo, quizá para sacudirse toda sospecha de colaboracionismo y para hacer afluir dinero fresco a su patrimonio, mermado por la guerra. Rehabilitado en su cargo de pintor de cámara, cuyo sueldo volvió a cobrar desde el 12 de octubre, el antiguo protegido de la reina María Luisa y de Godoy no contó sin embargo con las simpatías de Fernando VII. De ese modo, a la hora de proporcionar retratos de "el Deseado" a distintos organismos oficiales, tomó como referencia los de Vicente López a falta del real modelo. El realizado para el Canal Imperial de Aragón, por ejemplo, es de una factura admirable -no inferior a la del ministro Duque de San Carlos, o a la del Retrato ecuestre del general Palafox, que había terminado justo antes de navidades-, y prueba que Goya volvía a trabajar con sus clientes habituales de antes de la guerra. Sin embargo, nada podía volver a ser igual. El trabajo ha disminuido y su relación con su hijo y su nuera parece que no era todo lo buena que debiera, a pesar de que la repartición de la herencia de Josefa, en 1814, fue muy ventajosa para Javier Goya. Su padre le había cedido prácticamente todos los bienes inmuebles, incluida su colección de pintura, y se había reservado la mayor parte del dinero líquido y las joyas, previendo quizá las consecuencias del proceso de depuración política.

1815-1823
Iluminaciones en el infierno

1815-1818. Vuelta a empezar

En 1815 ejecutó el cuadro conmemorativo de la asistencia de Fernando VII a la junta de la Compañía de Filipinas el 30 de marzo de ese año, de la que era importante accionista el suegro de Javier Goya. Gracias también a los buenos oficios de Vicente López, pudo todavía realizar en 1816 un último encargo del Palacio Real, la Santa Isabel de Hungría asistiendo a un enfermo, para el gabinete de la reina Isabel de Braganza. De sus mecenas de antaño, no obstante, sólo los duques de Osuna se encontraron en condiciones de reclamar sus servicios, aunque también su fortuna había quedado muy maltratada por la guerra. El retrato de su heredero es del verano de 1816. De sus amigos afrancesados la mayoría vivía en el exilio, salvo Ceán Bermúdez, quien medió ante el capítulo de la catedral de Sevilla para que le confiara el cuadro de las Santas Justa y Rufina en 1817. La muerte en 1818 de Carlos IV y María Luisa, desterrados a Italia por su hijo, sellará el final de una época gloriosa para el pintor aragonés. Ello no le sumió en la frustración, pues el arte era el motor de su vida y siguió trabajando en asuntos de su gusto, tal y como demuestran los cobres de la Tauromaquia, serie que ilustra la historia de las corridas de toros en España desde la Edad Media y que fue tirada entre 1815 y 1816. En ella alcanzó su cima como grabador, pero siguió experimentando poniéndose a aprender la técnica de la litografía, cuyo primer taller se abrió en Madrid en 1819.

1819-1823. Confesiones de un alma solitaria

El 27 de febrero de 1819 Goya ya tiene la energía y los caudales suficientes para adquirir una nueva propiedad a orillas del Manzanares, una casa de recreo con su finca de unas 9,5 hectáreas que, al término del Trienio Constitucional, pondrá a buen recaudo regalándosela a su nieto Mariano el 17 de septiembre de 1823. Popularmente conocida como Quinta del Sordo, en ella hará vida de hacendado, plantando viñas e introduciendo mejoras para los cultivos, de los que se ocupaban hortelanos a su servicio. Todo ello debió de ayudarle a superar una grave enfermedad a finales de 1819, en que fue asistido por el médico Eugenio García Arrieta, junto al cual se retrató postrado en 1820. De hecho consiguió retomar su actividad, asistiendo el 4 de abril por última vez a una sesión de la Academia de San Fernando. Ese mismo año se produjo el alzamiento de Riego, que volvió a proclamar la Constitución de 1812. El 13 de abril la prensa constitucional había celebrado a Goya como "príncipe de los pintores españoles de este siglo", proponiendo que "se le comisione por el Ayuntamiento para que dibuje o pinte lo que haya allí de pintable o dibujable ad perpetuam rei memoriam y que el referido Goya es tan patriota que no dejará de admitir esta comisión". No es extraño que, tras la intervención de los Cien mil hijos de San Luis para devolver a Fernando VII su poder absoluto, se asustara. La vida del septuagenario artista volvía a ensombrecerse, lo que le condujo a las amargas reflexiones vertidas en sus Pinturas negras, con que cubrió las paredes del comedor y el gabinete de la Quinta, y en la serie de los Disparates, grabados probablemente durante aquellos años. El 13 de noviembre de 1823, con la vuelta a Madrid del monarca, se desencadenó una ominosa represión y Goya decidió ponerse a salvo buscando la protección del abate José Duaso y Latre, aragonés bien introducido en la Corte, que le acogió durante el invierno de 1823-1824. En pago le hizo su retrato.

1824-1828
De Madrid a Burdeos: el exilio final

1824-1825. El camino a París

El 2 de mayo de 1824, tras haber otorgado poderes unos meses antes para que se ocuparan de cobrar su sueldo y administrar sus bienes, Goya solicitó licencia para ir al balneario de Plombières (Lorena). Un mes más tarde, obtenido el permiso se ponía en camino hacia París. Moratín, que le vio a su paso por Burdeos el 27 de junio, lo describió "sordo, viejo, torpe y débil, y sin saber una palabra de francés, y sin traher un criado, y tan contento y tan deseoso de ver mundo". En la capital del Sena vivió junto a Leocadia Zorrilla de Weiss y sus dos hijos, parientes de su nuera, que le asistían desde al menos 1815. Cuando el pintor decidió instalarse en Burdeos el 20 de septiembre de aquel mismo año le siguieron, y Francisco tomó a su cargo la educación artística de Rosario Weiss. Allí se apoyará en su antiguo amigo Moratín. El 22 de noviembre de 1824 solicitó una prórroga de un semestre, para tomar esta vez las aguas de Bagnères (Pirineos franceses), aunque teme constantemente por sus intereses económicos y familiares en Madrid, donde permanece su hijo Javier. A finales de mayo de 1825 volvió a caer gravemente enfermo. En cuanto salió de la crisis se puso a pintar y, habiendo conseguido nueva licencia para estar ausente de Madrid un año desde el 6 de julio, elabora las litografías de Los toros de Burdeos, cuya edición se anunció entre noviembre y diciembre de 1825. El invierno anterior había trabajado en unas cuarenta miniaturas pintadas sobre marfil, que representan composiciones al modo de los Caprichos.

1826-1828. Retiro y muerte en Burdeos

El 30 de mayo de 1826 se halla en Madrid, adonde había viajado para solicitar del rey su jubilación, que le fue concedida el 22 de junio con su sueldo íntegro de pintor de cámara y permiso para residir en Francia. De vuelta a Burdeos todavía se entretuvo con algunos retratos, por ejemplo, el de Juan Bautista Muguiro, de la primavera de 1827. Volvió a Madrid por última vez a pasar el verano con los suyos, retratando entonces a su nieto Mariano. El 2 de abril, ya en Burdeos, sufrió un ataque que le dejó hemipléjico. Murió la noche del 15 al 16 de abril. A su cabecera estaba el pintor Antonio de Brugada, exiliado desde 1823 y albacea testamentario del maestro. Todavía pudieron verle con vida su nuera y su nieto, que habían llegado el 28 de marzo, anticipándose a Javier. El funeral se celebró el 17 de abril y fue enterrado en el cementerio de la Chartreuse, en el panteón de los Martín de Goicoechea. Sus restos reposan hoy en la ermita de San Antonio de la Florida.

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