Goya, Manet, Zuloaga, Cassatt, Sorolla, Picasso, Dalí, Miró, Romero de Torres... artistas que se fascinaron por los toros. La razón.es

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26 feb 2010

Goya, Manet, Zuloaga, Mary Cassatt, Sorolla, Vázquez Díaz, Romero de Torres, Gutiérrez Solana, Picasso, Dalí, Miró, Botero, Barceló... La lista de artistas modernos fascinados por el toreo es infinita. La muerte de Pepe Hillo, uno de los grandes toreros del XVIII, fue el detonante que motivó a Goya para grabar "La Tauromaquia".

Imaginemos una tarde de toros en Barcelona. No es una tarde cualquiera. En la Monumental, Balañá ha contratado a Luis Miguel Dominguín. El espectáculo empieza con una réplica del submarino Ictíneo, de Narciso Monturiol, emergiendo de la arena. Don Tancredo baila zapateando sobre una piedra ígnea. Y tras el último toro, irrumpe del cielo un helicóptero del que cuelga un piano de cola. Desciende, y los mozos depositan su cadáver sobre el piano. Arranca el helicóptero hasta una cima inaccesible de la montaña sagrada de Montserrat, donde suelta estrepitosamente piano y toro para solaz de buitres y demás aves de carroña.

Eso debió haber sucedido en 1953... pero se quedó en la mente de Salvador Dalí. Al año siguiente llegará el premio de consolación. En Valencia se quema una falla con toda la parafernalia descrita por Dalí. Pero el público la desaprueba por ser demasiado surrealista y decide no indultar al «Ninot». Incluso podemos hablar de cierta maldición, pues en 1984 el autor de «El torero alucinógeno» (1968) se salva por los pelos de morir quemado en su dormitorio-falla de Púbol.

Goya, Manet, Zuloaga, Mary Cassatt, Sorolla, Vázquez Díaz, Romero de Torres, Gutiérrez Solana, Picasso, Dalí, Miró, Botero, Barceló... La lista de artistas modernos que han sentido fascinación por el arte del toreo es infinita. Creo incluso que merece una gran exposición. ¿Qué tiene la Fiesta Nacional para cautivar de este modo a los artistas? ¿Qué relación profunda existe entre el toreo y la contemporaneidad?

Desde el punto de vista cinético, se trata de un espectáculo único. Hay quietud y movimiento a partes iguales. Y la modernidad apuesta por la iconografía de lo dinámico. Desde el punto de vista simbólico, tenemos una animalidad extemporánea para recordarnos que la ilustración no tiene todas las respuestas, que hay un sentido trágico, escatológico, fatal, que nos une a todos en el espacio simbólico del coso. E incluso desde el sentido sexual, en el ruedo se danza el eterno combate entre los principios de lo masculino y lo femenino, lo apolíneo y lo dionisíaco.

José Delgado, «Pepe Hillo», fue uno de los grandes toreros del siglo XVIII. Escribió La Tauromaquia o arte de torear. Su muerte, en 1801, fue el detonante creativo que motivó a Goya para grabar, hacia 1815, su serie de estampas «La Tauromaquia», publicada póstumamente en 1876. Édouard Manet, pionero del impresionismo, vino a España en busca de las raíces de la modernidad. Estudió a Velázquez y a Goya. Y pintó series dedicadas a la corrida, donde muestra diversas etapas del arte de torear.

Picasso leyó el ensayo de Pepe Hillo. Pero antes, mucho antes, ya había dibujado sobre el tema. A los nueve años esbozaba un encantador e ingenuo picador amarillo. Para Picasso el toro es la animalidad desbordada, un símbolo universal que recorre desde el Minotauro micénico hasta el rapto de Europa mitológico; y que se repite como eterno retorno en escenas trágicas como el «Guernika». El toro es una constante picassiana que sólo abandona durante el periodo cubista. Picasso es el Minotauro en su laberinto, el torero muerto, el asesino-violador simbolizado por la cornada del toro en el vientre del babieca. Uno de sus mejores grabados, la «Minotauromaquia» (1935), tan sólo será superado por sus cuadros de toreros y matadores pintados en 1970, grotescos, violentos e inquietantes como premonición de una muerte largamente temida.

NORTEAMERICANOS

Escritores extranjeros amantes del ruedo siempre ha habido. Hemingway es culpable de la avalancha de norteamericanos uniformados de sanfermines. Menos conocida es la obra de F.T. Marinetti, fundador del futurismo, «Spagna veloce e toro futurista» (1932), escrita con motivo de una tarde de toros en la barcelonesa plaza de Las Arenas en febrero de 1928. El poema «parolibero», traducido al español por Victoriano Peña en 1995, convierte al toro en una «máquina cornuda antisocial de salvaje potencia explosiva» que se enfrenta a «la Muerte invisible pero presente»: «Silencio. Pesos y medidas de la fatalidad. A los ojos de un aviador que volaba a 1000 metros sobre Barcelona, el toro parecía una misteriosa lágrima negra en un plato dorado cuyo filo floreteado temblaba al viento de la tarde». Se trata de una imagen no muy distinta a la de tantas cerámicas moldeadas por Picasso, fuentes de viandas tornadas en micromundos, pequeños altares votivos para conjurar la muerte. Antipesebres.

Así también lo entendía Joan Miró, gran aficionado a los toros. Incluso llegó a ser retratado toreando una vaquilla en una plaza desconocida. Miró no era ajeno al binomio Eros/Thanatos. El sexo, el deseo y la muerte. Grandes muestras de esa obsesión aparecen reflejadas en «Hombres, mujeres y toros» (1935, The Art Institute, Chicago) o «La corrida» (1945, Centre Georges Pompidou, París). Por ello, no deja de ser irónico que el Parque Joan Miró, de Barcelona, sea casi vecino de la plaza de Las Arenas.

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