La vieja del espejo (H.33)

Véase El cántaro roto (H.1).

Goya retoma en este dibujo bordelés el tema de la nostalgia por la juventud y la belleza perdidas, que ya había satirizado en el Capricho 55. Hasta la muerte (enlazar). Sin embargo, un buen trecho separa el espíritu de este dibujo tardío de la ridícula vanidad de aquella vieja arrugada que se arreglaba ante el espejo. La humilde anciana no está representada de forma grotesca, sino con un tratamiento realista y casi compasivo, que refleja el avasallador paso del tiempo a través de su encorvada postura y de lo raído de sus ropas, unas sayas, un mantón y una toca oscura. En su rostro de formas flácidas y aspecto concentrado se percibe, incluso, una leve sonrisa, como si todavía le complaciera lo que ve. La ambientación de la escena se completa con un mueble y una especie de jarra, esbozados tras la vieja, y con algunas cajas y frascos de ungüentos sobre el tocador. A un dibujo inicial realizado con lápiz negro, Goya ha añadido zonas intensas con trazos del lápiz craso, obteniendo un logrado efecto de claroscuro.