¡Qué sacrificio!

Una joven mujer de larga cabellera esboza en su rostro un gesto de disgusto. Junto a ella un hombre la mira libidinosamente, un ser deforme de piernas arqueadas, extravagante vestidura y enorme rostro de rasgos groseros que nos hacen comprender la expresión de la joven. Junto a ella, Goya ha representado a una mujer mayor, probablemente su madre, que se lleva la mano a la cabeza demostrando una falsa emoción. Algo más atrás, coloca a otros dos hombres que podrían ser el padre de la muchacha y el sacerdote que habrá de celebrar el enlace entre ésta y su futuro esposo.

En el manuscrito del Museo Nacional del Prado se apunta: "¡Como ha de ser! El novio no es de los más apetecibles pero es rico y a costa de la libertad de una niña infeliz se compra el socorro de una familia hambrienta. Así va el mundo". En el manuscrito de Ayala se indica sobre esta estampa "Idem anterior". Por último, en el manuscrito de la Biblioteca Nacional se comenta que "el vil interés obliga a los padres a sacrificar una hija joven y hermosa casándola con un viejo jorobado, y no falta un cura que apadrine semejantes bodas".

El tema de los matrimonios por interés es abordado en diversas ocasiones en la serie de Los Caprichos, en los que Goya reflexiona sobre las bodas concertadas por los padres con maridos ricos que, en definitiva, sacrificaban la juventud y la belleza de sus hijas. El Capricho nº 14 ha de relacionarse con las obras de Leandro Fernández de Moratín (Madrid, 1760-París, 1828) El viejo y la niña o El sí de las niñas en las que, de la misma manera que hace el pintor aragonés, se ponía en tela de juicio los matrimonios por conveniencia.

Goya ya había tratado esta cuestión en uno de sus cartones para tapices, el titulado La boda en el que la manera en que caracteriza los rostros de los personajes tiene mucho que ver con lo que hace en algunas de las estampas de Los Caprichos.