Bruja de viaje (H.27)

Véase El cántaro roto (H.1).

Es una de las escenas de personajes voladores que jalonan los cuadernos de dibujo bordeleses de Goya. En este caso, es una anciana que parece seguir el arquetipo de bruja, con lo que se introduce otro de los temas recurrentes del artista. De hecho, según la ordenación dada por Goya a los dibujos del Cuaderno H, este se encontraba después de la Mujer en trance rodeada de brujas (H.25) y del Profeta maléfico (H.26), con el que guarda cierto parecido en cuanto a la concepción de la figura y de la proporción del espacio. La bruja surca los cielos sentada sobre dos figuras demoníacas, que se impulsan por alas de murciélago, y cuyas cabezas se giran para vigilar a la pasajera mientras le hacen muecas llenas de malicia. Una tela cubre la mayor parte de sus cuerpos. Son similares, por ejemplo, a las cabezas grotescas con alas que rodeaban a las protagonistas de Enredos de sus vidas (G.46). Ella se acurruca y encoje brazos y piernas bajo un mantón oscuro. Su rostro, de pómulos angulosos y aspecto de calavera, abre de par en par ojos y boca, delatando la tensa experiencia del vuelo. La tensión expresada por los gestos de los tres seres, y por la oposición de las direcciones de vuelo de los demonios, se equilibra gracias a una composición piramidal, muy cerrada y compacta del personaje sobre su extraño medio de locomoción, recortándose sobre un fondo plano. La terribilidad de la escena está perfectamente transmitida gracias a un acentuado claroscuro y a la combinación del efecto difuminado del lápiz con trazos más enérgicos e intensos.