Fantasma con castañuelas (H.61)

Véase El cántaro roto (H.1).

La escena está protagonizada por un personaje que bailotea al son de sus castañuelas. El dibujo posee el mismo planteamiento formal que otros dos dibujos del mismo Cuaderno H, en concreto Mujer joven con un niño en brazos (H.49) y El idiota (H.60): una única figura monumental y fuertemente iluminada que se recorta sobre un denso fondo negro que ocupa casi la totalidad del papel y que está formado por una red de trazos entrecruzados. El rostro del personaje corresponde al tipo de cabeza grande y grotesca, con una amplia sonrisa, habitual en los dibujos de los cuadernos hechos a lápiz por Goya en su etapa francesa.

El protagonista parece feliz y ensimismado en su baile y viste una especie de amplio manto o hábito, de modo que no queda claro si se trata de un fantasma o de un fraile. Gassier no lo deja claro en su análisis del dibujo de 1973, ya que, aunque lo compara con otros dibujos anticlericales del Cuaderno C, lo denomina continuamente “fantasma”. Asimismo, también recuerda al Disparate bobo, en el que una especie de fantasmón mete miedo a otro personaje mientras toca unas castañuelas. Sin embargo, Gassier también relaciona el tono feliz de la escena con el dibujo Contenta de su suerte (E.2), en el que una vieja baila alegremente al son de sus castañuelas, que, por otra parte, son un instrumento popular español muy habitual en escenas de género. Autores posteriores se decantan por la hipótesis de que se trate de un monje, un lego quizás, pero mantienen el título de Fantasma con castañuelas, establecido por Gassier y Wilson-Bareau en 1970. Así, Manuela B. Mena, en 2006, lo relaciona con otros dibujos en los que Goya satiriza la relajada observancia del clero regular, ocupado en pasatiempos poco sacros, como Fraile guitarrista (H.3). Jan Bialostocki, a su vez, cree que este sonriente monje es un ejemplo del profundo significado que Goya escondía tras una sencilla danza como símbolo de la existencia humana: inestable, plagada de peligros cotidianos. El baile, que en su obra de juventud era un tema pintoresco, evoluciona en sus años finales hacia una alegoría lúgubre de la vida humana, contemplada como una danza vertiginosa.

Wilson-Bareau, en su análisis técnico y formal de la escena, destaca el equilibrio alcanzado por Goya entre forma y contenido en estos últimos dibujos bordeleses. Equilibrio de las proporciones de la figura en el espacio compositivo, equilibrio entre la intención y lo formal.