Esto dejémoslo como estaba (C.30)

Véase Por no trabajar (C.1).

En esta escena, de nuevo crítica con la vida contemplativa monacal, vemos a dos monjes en un ambiente irreal, casi fantástico, donde parece que llevan una vida de ascetas. Uno está más al fondo y parece que de rodillas, como en éxtasis, ya que está ligeramente inclinado hacia atrás y tiene una cruz en una de las manos, mientras que la otra la levanta hacia el cielo.  Delante de ese monje, vemos al otro, de pie, con un libro entre las manos, el cual está leyendo atentamente. A este monje sí se le ve la cara y tiene una barba que casi le oculta el rostro. La escena tiene lugar dentro de lo que parece una cueva, donde está leyendo el monje de primer término, mientras que el otro que se encuentra al fondo parece haber salido de la misma, pues queda inundado por la claridad.

López-Rey describe al monje que gesticula como un franciscano y al que lee como un mercedario. El punto de vista de Goya incide en que alejarse de los asuntos normales de la vida les ciega la mente respecto a la realidad.

Este dibujo se relaciona con otros del Cuaderno C en los que Goya trató también críticamente el tema de la vida contemplativa monacal o conventual, como: Al desierto para ser santo, amen (C.7), Al menos hace algo (C.8), Si no me engaño, va a dejar el hábito (C.18) o Se le murió su amante y se va al convento (C.20).